Texto y fotografía por Virginia Mesías
Bestiarios cotidianos
Notas mínimas sobre fragilidades
Cuando vi que ya habían pasado diez años sin que me volviera a casar, me preocupé, me sentí desgraciada. Encima vivía sola y rodeada de plantas, sin terapia ni gatos: estaba a un paso de la depresión. Por eso, decidí hacer algo al respecto y busqué el vestido, los zapatos blancos, el aplique rojo con pluma que me había puesto en la cabeza para el civil, y me fui al espejo. Salvo por la cara de orto que se me había instalado desde la pandemia, no estaba tan mal; me dejé las medias de algodón porque aún era invierno, me puse una gabardina porque pintaba lluvia, una bufanda (gorro no, por la pluma en la cabeza), y salí así a matar.
El problema con nosotras, las mujeres, cuando nos volvemos feministas, independientes y demás, es que no podemos decir que queremos un novio, un amor correspondido, etcétera, porque perdemos credibilidad. Por el mismo lado, ya no era una chiquilina (por suerte) así que la situación era compleja para mi objetivo de enamorarme otra vez. Y no me parece bien que se rían en este momento porque hablo muy en serio. ¿Por qué no puedo buscar un amor así como saldría a pedir trabajo o a comprar zapallitos para una tarta? La vida adulta requiere de diversas necesidades y todas atendibles.
El primer amor que encontré en el bar de la vuelta de casa (comencé la tarea por el barrio, en lugares conocidos, porque vivimos tiempos violentos) fue fácil: los hombres son básicos. Bastó con sonreír, no hablar mucho —por favor, si hablo siempre la arruino— y escucharlo. Un embole, obvio, ya sabemos que lo único que nos salva de la muerte y el ridículo es el sexo, que por supuesto es el primer paso ineludible hacia una relación romántica, más aún si cuando te quitas la gabardina tenés un vestido que parece de lencería. Claro que la dificultad vino después, cuando lo quise sacar de casa. Pero este primer amor no fue difícil, a pesar de los huesos duros, entró sin dificultad y por partes en las bolsas de plástico que me traigo de las tiendas de ropa fina que tanto me gustan. Además, en la esquina de casa tengo una volqueta.
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