Corazón o cruz en tiempos inciertos
Texto y fotografía por Mariela Benítez
Piel Crónica
En tiempos en que los pensadores interpretan las relaciones humanas bajo
el signo contemporáneo del aflojamiento, la fragilidad, la fragmentación, así
como la precariedad y transitoriedad de los lazos afectivos en general, […]
no deja de sorprender la abundancia y cualidad de las «historias de amor
y desamor» guardadas celosamente bajo las varias envolturas de piel de
cada persona que camina por la ciudad.
Teresa PORZECANSKI
Cuestiones del corazón

Todxs tenemos historias de amor y de sexo que guardamos y degustamos en momentos desolados. También acumulamos historias de desamor, rechazo y abandono que se mantienen siempre a flor de piel como recordatorio. Y nos cuesta hablar de ellas. Nos cuesta reconocer que nos dejaron de querer o simplemente nos dejaron de desear. E incluso nos cuesta poner en palabras que queremos ser amadxs, queridxs, deseadxs.
La sociedad contemporánea promueve fortaleza, libertad, éxito y ser felices. Debemos ser emprendedorxs de nuestra felicidad pero sin requerir amor. Con el capitalismo global se instauró el individualismo y el libre albedrío que deja al sujeto en un estado de orfandad en medio de una sociedad hiperconectada, afectando a las relaciones interpersonales. En el imaginario, el individuo tiene la posibilidad casi infinita de elegir siempre y modificar su propia biografía. ¿Es así realmente? Y respecto a nuestras relaciones afectivas y amorosas ¿cómo decidimos iniciar o no, continuar o terminar una relación afectiva o sexoafectiva? ¿Qué tipo de relaciones buscamos hoy cuando, como Porzencanski plantea, «la vida contemporánea conlleva una gradual desaparición de las relaciones cara a cara […] a favor de una enorme cantidad de contactos efímeros y siempre nuevos»¹?
En el mismo sentido, Zygmunt Bauman habla de la «fragilidad de los vínculos humanos, el sentimiento de inseguridad que esa fragilidad inspira y los deseos conflictivos que ese sentimiento despierta, provocando el impulso de estrechar los lazos, pero manteniéndolos al mismo tiempo flojos para poder desanudarlos.»² Queremos conocer a alguien, pero mantenernos ligeros de equipaje para permitir el vuelo a costa de cierta dosis de angustia.
¿Dónde radica esa fragilidad? ¿Por qué la angustia? ¿Qué es lo que provoca esos impulsos —en apariencia opuestos— de buscar vínculos, estrecharlos y al mismo tiempo, estar siempre alerta para desaparecer? ¿Cómo es la mecánica de conocer a otrxs? Y, por último, ¿cuándo y cómo ese cruce se vuelve encuentro a partir del cual construir una relación? ¿La queremos?
Estas inquietudes se complejizan cuando pensamos en el peso que ha ido adquiriendo la virtualidad en nuestras vidas y, como parte de ese fenómeno, la irrupción de nuevas formas de buscar y conocer gente, en particular las aplicaciones para citas que en los últimos diez años se han ido instalando, por ejemplo Tinder y Happn.
Sobre lo primero, hemos normalizado lo virtual como espacio y forma de conexión en redes donde pareciera que nunca estuviéramos solxs porque siempre hay una pantalla mediando nuestras vidas. Esas redes nos conectan, pero de forma superficial y frágil, alejan nuestros cuerpos y el otrx pierde su materialidad, pendulando entre volverse una amenaza (que debe eliminarse) o terminar siendo, para ser aceptadx, una proyección de unx mismx. Nos volvemos Narciso. Si siguiéramos a Alain Badiou cuando dice que «el amor […] no es, en absoluto, un simple pacto de coexistencia agradable entre dos personas, sino la experiencia radical, tal vez la única que pueda serlo hasta tal punto, de la existencia del otro»³, cuando queremos estar con otra persona ¿qué buscamos? ¿Qué tipo de vínculos queremos y cuáles prevalecen? ¿A quién buscamos, a Eros o a Narciso? ¿Elegimos nosotrxs o los logaritmos?
Sobre lo segundo, Tinder (mecha o yesca en su traducción al español) es una aplicación creada en el 2012. La periodista francesa Judith Duportail cuenta en su libro El algoritmo del amor que la popularidad de dicha aplicación es «gracias a un diseño eficaz: no hace falta explayarse, si la persona te gusta, basta deslizar el perfil a la derecha para seleccionarlo, o a la izquierda para rechazarlo. A este gesto con el pulgar o el índice se le llama swipe. Si a la persona también le gustas tú, hacéis un match y podéis hablar. Si no, no pasa nada».⁴ Los logaritmos ofrecen perfiles alineados a los respectivos gustos y preferencias y solo interactúan si mutuamente se gustan, evitando, supuestamente, el rechazo.
Más adelante, Duportail cuenta qué es lo que habría motivado a Sean Rad (cofundador de Tinder) a crearla: «[…] estaba en una cafetería con unos amigos cuando una chica le sonrió. Explica cómo esa sonrisa le hizo comprender que a esa chica le apetecía hablar con él. […]. A Sean Rad se le metió en la cabeza que quería encontrar la forma de crear […] un consentimiento en dos fases. Garantizar a dos individuos su interés mutuo antes de permitirles hablar. De ahí su genialidad: el miedo al fracaso desaparece».⁵ ¿Será tan así?
Por su parte, Happn (la competidora), «funciona de manera algo diferente, y se inclina por ponernos en contacto con la gente que nos hemos cruzado y no nos atrevimos a abordar. Aquí no se le da a la derecha o a la izquierda, solo tenemos una lista de todas las personas que están cerca».⁶ Nos georreferencia y construye un mapeo con nuestros recorridos haciéndolos hablar de nuestros gustos, movimientos y circuitos personales.
En Uruguay, se calcula que un 9 % de la población usa dichas aplicaciones.⁷ Les propuse preguntas y pautas abiertas a amigxs y conocidxs que las usan para conocer sus experiencias, percepciones y reflexiones que ayuden a pensar sobre los vínculos, las diversos tipos/formas de amor, las expectativas y los miedos. Solo me respondieron mujeres entre 40 y 51 años. Gracias a Ana, Lola, Florencia y Petra, queda pendiente con algunas una charla mano a mano.
Primero, todas declaran que se instalaron alguna o ambas aplicaciones por curiosidad y deseo de conocer otras personas. Luego, cada una desde su propia historia, detalló sus motivos más íntimos. Para Lola, empezó como algo «chistoso y novedoso. Es difícil decir lo que busco, en mi caso poder relacionarme con varones, que no vivan en mi ciudad, que quieran tener un contacto regular para salir y compartir un rato, una experiencia sexual».
Florencia, cuenta «yo me casé cuando tenía 19 (y hoy tengo 43) y me separé hace cuatro meses. No tengo idea de lo que pasó en estos años respecto a conocer a alguien, de salir y de empezar a verse. Yo me quedé en los noventa, una época muy diferente, una etapa muy corta para mí, otra edad. Ahora encuentro todo raro. Empecé buscando sexo, quiero tener sexo pero ¿cómo se hace en este mundo de ahora? ¿Cómo se conoce a alguien, cómo se empieza? Yo no busco pareja ni novio. No es lo que quiero».
Para Petra el impulso fue la «curiosidad y unas ganas de expandir y expandirme. No estaba buscando nada. Obvio que no estaba buscando amor y no lo busco. Creo que estaba abierta a lo que pasara y me di cuenta que, a medida que me fui afirmando en el uso, fui cambiando mis criterios de búsqueda. Algo medio antropológico que te permiten estas apps, porque vos te encontrás con el otro, ese otro que no pertenece a tu clase social, que no habla como vos, que no estudió lo mismo que vos, que no tiene tu historia y te permite abrir tu campo de comprensión de la gente».
Por último, Ana explica que «estaba sin pareja estable y lo pensé como forma de conocer gente. Muchas amigas usaban y compartían sus experiencias. En mi caso no es claro lo que busco, porque tampoco sé lo que quiero por fuera de las redes. Pero en principio conocer otras personas, interactuar, tener vínculos sexoafectivos y experimentar. En dichas redes se encuentra una diversidad de personas como en la vida misma. Diferentes inquietudes y expectativas sobre los encuentros. Algunxs buscan experiencias sexuales, vínculos sexoafectivos, novixs, parejas, amantes, afectos, buscan placeres, conocer nuevas personas, romper con la soledad, ampliar vínculos, acelerar posibilidades de encuentros, una forma de vencer miedos, vergüenzas, inhibiciones y/o temores para “encarar” a alguien y muchos etcéteras». Lo uno con lo que dice Petra, «estas apps facilitan una genuinidad, por lo menos en mi experiencia, porque uno está buscando un cuerpo, entonces ahí vas directo, es algo más visceral. Esta búsqueda te saca las caretas que en general tienen los otros vínculos en los que siempre hay mucha hipocresía y estrategia. Y acá no, porque una sabe cuál es el objetivo: encontrarse con la persona a tener sexo. Entonces eso facilita y la comunicación se vuelve menos sinuosa, la hace más directa, y cuando una encuentra a una persona bien del otro lado, la hace más genuina».

El sexo y el derecho al disfrute de nuestras sexualidades se han vuelto un componente fundamental de búsquedas y elecciones. Eva Illouz analiza cómo la sexualidad se ha convertido en un derecho político y en una expresión de salud del sujeto, por lo que «todas estas fuerzas culturales se combinan no solo para legitimar el sexo, la sexualidad y la capacidad de despertar el deseo sexual en otras personas, sino también para colocar todos estos elementos en el centro mismo del proceso de elección de parejas. […]. De este modo, sentir ‘atracción sexual’ por la otra persona se convierte en una condición sine qua non de los vínculos románticos».⁸ De alguna forma, estas herramientas allanarían el camino.
La aplicación se vuelve vidriera de rostros y perfiles para elegir, sabiendo lo que se busca. Si hay match, puede haber encuentro y según como este sea, podrá surgir algún tipo de relación: sexual, sexoafectiva, amorosa o de amistad. De lo contrario, fácil y rápidamente se elimina el contacto. Como dice Bauman «la proximidad virtual puede ser interrumpida, literal y metafóricamente a la vez, con solo apretar un botón».⁹
Ana, Lola, Florencia y Petra concuerdan en cierto rechazo a esa dinámica de «álbum de figuritas» por lo que no todas incluyen sus fotos dentro de sus perfiles. Sobre ello, Ana describe la sensación como «bastante desagradable, de “descarte” y de catálogo, como objetos, donde prima solo la apariencia y la sensación subjetiva de esos segundos. Considero que se mantiene vigente el modelo machista de consumo. La selección se transforma en una visión binaria “me gusta/no me gusta”, “acepto/rechazo”, no hay términos medios y no hay marcha atrás en el formato de la red «. En esa línea, Florencia agrega: «Los primeros días me daba impresión esto de ver hombres pasar como si fuera una tienda donde vas pasando los productos y eligiendo. Sentía que era el mercado de la carne, tan frívolo y me cuestionaba y me chocaba mucho pensar ¿quién soy yo para decir este sí y este no? Estoy eligiendo a una persona ¿en base a qué? A los diez días ya me había acostumbrado y pasaba, la cruz/el corazón y chau. Ta, sentí que era parte de la cosa y que tenía que acostumbrarme porque este juego es así».
Tinder está expresamente diseñado como un videojuego:
Usa colores y códigos propios de los videojuegos para provocar pequeñas cargas de serotonina en el cerebro con cada match, incitándonos a volver a ella, una y otra vez. […]. Nos informa de que nuestro perfil tendrá menos visibilidad si no volvemos. Nos presenta a las personas una detrás de otra, haciéndonos sentir que siempre habrá alguien más […]. Uno de los mecanismos psicológicos más poderosos de la adicción es el de la recompensa aleatoria y variable. Todo se reduce a no saber si esta vez vas a recibir una recompensa y de qué tipo. ¿Un mensaje? ¿Un match? ¿Un match de quién?¹⁰
Justamente, Lola cuenta: «El match es un momento de ansiedad importante… ¿cómo seguirá?, nadie sabe», lo que produce adrenalina, confusión e incertidumbre transformando a este juego en una montaña rusa de emociones: curiosidad, fantasía, ansiedad, el chute del narcisismo¹¹ [las cursivas son mías], el bajón, la excitación, la alienación, la angustia, la abulia y luego nuevamente la curiosidad y así «vas oscilando entre “esto es un asco” y “esto está buenísimo”» concluye Florencia. Frente a ese frenesí, las estrategias que ellas usan son instalar y desinstalar la aplicación, controlar los tiempos, momentos, lugares y asiduidad en la conexión.
En cada testimonio, ellas fueron valorando sus vivencias. Ana reconoce haber roto algunos de sus prejuicios y resistencias, abriéndose a nuevas experiencias, tomando conciencia, a su vez, de los diferentes estereotipos de belleza y de los mandatos de género que subsisten en los vínculos heterosexuales. Asumir que «los miedos como mujer pueden ser los mismos si conocés a alguien a través de las redes o en un intercambio interpersonal real. Las actitudes machistas pueden ser parte del vínculo, independientemente de la forma en que se comience. El conocer previamente a una persona no te asegura cómo se va a relacionar en un vínculo sexoafectivo». Y se plantea una serie de interrogantes que valen por sí mismas. Si bien estas aplicaciones nos han ayudado a hablar más abiertamente de sexualidad, ¿nos iguala a mujeres y varones al momento de tomar la iniciativa en lo sexual? «¿Las mujeres tenemos más libertades? ¿Realmente no subsisten demasiados prejuicios aún? ¿Realmente ha habido cambios culturales profundos sobre la sexualidad y sobre sus diferentes formas de expresión?». Esas preguntas me llevan a Illouz cuando afirma que:
…la libertad sexual y romántica no es una entidad abstracta, sino una práctica institucionalizada e inserta en un sistema patriarcal que se encuentra cuestionado pero aún sigue en pie. Esto da lugar a nuevas formas de sufrimiento derivadas de las desigualdades que se producen debido a que los hombres y las mujeres sienten, viven y evalúan esa libertad sexual de manera diferente en un campo sexual signado por la competencia. Al igual que en la esfera del mercado, la libertad implica una recodificación cultural de las desigualdades de género, que se ha vuelto invisible porque la vida sigue la lógica de la vida empresarial, en la que cada una de las partes prioriza su libertad individual y atribuye todo el padecer a una individualidad fallida o defectuosa. […] la libertad sexual se asemeja a la libertad económica en tanto organiza e incluso legitima las desigualdades de manera implícita.»¹²
En el marco de un sistema patriarcal —debilitado, pero patriarcal al fin—, la desigualdad condiciona la libertad y relativiza los cambios culturales. Es más, la autora manifiesta que esas diferencias entre hombres y mujeres para vincularse con y a través de la sexualidad, caracterizado por un desapego en ellos y una romantización en ellas, provoca una mayor dominación emocional tras el velo de la libertad sexual.
Por su lado, Florencia que se reconoce tímida, callada, sin iniciativa hasta no entrar en confianza:
…veo que en estas aplicaciones, en el chat, soy lanzada, soy de hacer bromas, de sugerir… algo que no haría en la vida real hasta haber entrado en confianza. Y acá con una persona que nunca vi y que ni siquiera estoy segura si me va a gustar, como que me lanzo a hacer insinuaciones. Es como que yo encarnara un personaje que actúa en el chat y que después cuando veo a la persona, no lo puedo sostener. No sé cómo termina esto y lo que te estoy contando, no me di cuenta hasta hace poquito: la que participa en el chat no es la misma que la que conoce a alguien en un bar… ¿quién es? Me vuelvo un personaje que quizás me gustaría ser si no tuviera vergüenzas, si no tuviera miedo. Como que me voy conociendo en ese sentido».
¿Su propio avatar? Nos inventamos, atravesamos miedos, prejuicios y nos sorprendemos de lo que vamos siendo, sin saber adónde llegaremos y, tal vez, eso ya no importe mientras se transita el camino, atentas a una misma.
Petra evalúa que el sistema se ha deshumanizado y brutalizado. Al inicio:
…me dio la posibilidad de conocer gente diferente a mí en un sentido total… Que tienen otras profesiones o no tiene profesión, gente que labura con sus manos y no con la cabeza, que es mi caso. Y lo alucinante para mí es el resultado, muy positivo, porque me doy cuenta que las coincidencias cuando una está abierta al otro y se encanta con la otra persona, que tiene una sensibilidad y una comprensión muy interesante del mundo, más allá de que no sea igual a vos […].También en ese camino de encontrar a personas para mantener un vínculo en general de tipo sexual, te encontrás con gente muy malvada y ahí es cuando yo veo que es peligroso, sobre todo para las mujeres, porque creo que nosotras tenemos menos dominio que los varones, en el sentido de que romantizamos más los vínculos y los varones tienen siglos de uso de las mujeres, de engaños, de mentiras, de manipulaciones. Hablando con amigas que han usado estas apps, muchas han pasado muy mal. Creo que si una está clara de que esto es un juego, una cosa muy pensada para poner a la persona en una lógica de intercambio de fluencia rápida, cuando te das cuenta de que la persona no está cumpliendo tus expectativas, si vos captás el juego, es rápido el desenamoramiento. Enseguida lo sacas de tu mente.»
Estar alertas siempre. Lo que para ellas fue una forma nueva de vincularse, según Bauman «a medida que la generación que se crió con la red alcanza la edad de salir, las citas por internet comienzan a florecer. Y no se trata de un último recurso. Es una actividad recreativa. Es entretenimiento».¹³ La virtualidad no demanda demasiado compromiso ni demasiadas habilidades sociales porque siempre se puede apretar el delete y volver al mercado.
La mecha que pretendía encender las praderas en los convulsionados años sesenta, hoy parece limitarse a las relaciones interpersonales y se ofrece como mecanismo de diseño, mediado por los logaritmos para cruzar perfiles, manteniendo la ilusión del destino. Seduce la posibilidad de múltiples encuentros sin arriesgar demasiado. Es más, seduce la virtualidad de los cuerpos, el no-lugar alimenta nuestra imaginación. Seduce lo fugaz. Pero esa fugacidad puede volverse insoportable porque carece de peso, de responsabilidad, de cuerpos atravesados por el éxtasis, la paciencia, el dolor y el deseo. Podemos no buscar el amor, pero sí permitirnos que, sin querer (queriendo) las emociones nos atraviesen.
Para cerrar, recuerdo a Milan Kundera:
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. […]. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real solo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.¹⁴

_______________
Referencias bibliográficas
¹ Porzecanski, Teresa. Cuestiones del corazón. Ensayos antropológicos. Ed. Taurus, 2007, p. 91.
² Bauman, Zygmunt. Op cit., pp. 7-8.
³ Badiou, Alain en La agonía del Eros de Byun Chul Han. Ed. Herder, 2014, pp. 9-10.
⁴ Duportail, Judith. El algoritmo del amor. Ed. Contra, 2020, p.12.
⁵ Op cit., p. 41.
⁶ Op. cit., p. 16.
⁷ Dato extraído de El Observador. 2022. Recuperado de: Cuántos uruguayos usan Tinder y qué opina un sociólogo sobre su adopción.
⁸ Illouz, Eva. Por qué duele el amor. Una explicación sociológica. Ed. Katz, 2012, p. 67.
⁹ Bauman, Zygmunt. Op.cit., p. 88.
10 Duportail, Judith . Op cit., p. 44 y 53
¹¹ Duportail, Judith. Op.cit., p. 15.
¹² Illouz, Eva. Op.cit., p. 88.
¹³ Bauman, Zygmunt. Op. cit., p. 91.
¹⁴ Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser. Ed. Tusquest, 2001, p.13.
Comments