Las memorias en colectivo en las infancias en cautive
Texto y fotografía: Mariela Benítez
Ilustraciones son parte de libros de cuentos creados en cautiverio por expresas políticas.
Piel Crónica
Los acontecimientos traumáticos conllevan grietas en la capacidad narrativa, huecos en la memoria. […] es la imposibilidad de dar sentido al acontecimiento pasado, la imposibilidad de incorporarlo narrativamente, coexistiendo con su presencia persistente y su manifestación en síntomas, lo que indica la presencia de lo traumático. En este nivel, el olvido no es ausencia o vacío. Es la presencia de esa ausencia, la representación de algo que estaba y ya no está, borrada, silenciada o negada. […]. En el plano de las memorias individuales, el temor a ser incomprendido también lleva a silencios. Encontrar a otros con capacidad de escuchar es central en el proceso de quebrar silencios
Elizabeth JELIN
Los trabajos de la memoria
Vivir como si nada hubiera sucedido. Pasar desapercibida. Hablar poco, bloquear todo hasta descubrirse en otrxs que habían vivido lo mismo y, de pronto, encontrar un lugar. Reconstruir su historia e identificar secuelas. Reconocerse víctimas del terrorismo de Estado. Este ha sido el trayecto de las mujeres que hoy escucho: adultas que siendo niñas vivieron en cautiverio político durante la dictadura cívicomilitar.
La infancia de Jimena, Patricia, Micaela y Carmen tiene un patrón común: sus madres, militantes de izquierda (MLN-T¹ y Partido Comunista) fueron detenidas estando embarazadas; nacieron en el Hospital Militar. Al ser separadas, fueron entregadas a sus abuelxs maternos, con quienes visitaron a sus padres que seguían en la cárcel. Mientras tanto, construyeron su vida naturalizando su rareza, guardando en una caja lo vivido y durmiéndose abrazadas a las muñecas de patas largas.
Las tres primeras nacen en 1972 y, luego de un derrotero de varios cuarteles (Treinta y Tres, Batallón 14, Flores y el reconocido sótano del cuartel de Durazno) terminan en el IMES², que, desde marzo de 1973 hasta setiembre del 74, destinó un espacio para reclusión de madres con hijxs recién nacidxs.
En el caso de Carmen sus padres «eran comunistas. Caen en enero del 76 en la Operación Morgan. Mi vieja cae embarazada de dos (Inés y yo). Pasó por el Batallón 13, el Infierno Grande, después estuvo varios meses en el 5.o de Artillería y va a parir en el Hospital Militar. Nos mandan finalmente a Punta de Rieles. Estuvimos hasta los 13 meses. Nos entregan en setiembre del 77 a mi familia materna. Mamá sale a las semanas y mi viejo en junio del 83».
¿Cómo se construye una memoria personal en situaciones traumáticas? ¿Cómo y con qué rellenamos esos huecos de la memoria? ¿Qué es lo propio y lo prestado? ¿Cómo se transmite? Los recuerdos «del momento en que estamos presas son recuerdos de nuestras madres y tías³ que tienen muchas referencias de ellas mismas», dice Jimena que percibe en esos relatos una cierta romantización: las cunitas compartidas junto a las cuchetas, la «comunidad de niños» organizados para robarle la comida a los milicos. Micaela, sin embargo discrepa con esa valoración de historia rosa⁴ , «que las personas cuenten las historias sin dramatismo no quiere decir que te lo cuenten como algo rosa».
Un lugar destacado lo ocupan los objetos que alimentan esa memoria: «Son parte de nuestras vivencias. Las madres crearon un taller cooperativo. Había obras de teatro y murgas. Las muñecas de trapo con ropita, los títeres. Los libros de cuentos ilustrados. El peluche con el que jugaba en casa. Todas teníamos la pantera rosa rellena de arroz, los barcos de madera. Y para mí, eran mi vida. Mi muñeca era todo. En las visitas nos contaban las historias con todo aquello y nos lo llevábamos. Y todo era hecho por todos», cuenta Jimena.
La separación fue abrupta. Sus familias ya venían atravesadas por la desarticulación que trajo la cárcel en un contexto de persecución y miedo, sumado a que, en muchos casos, esas familias no compartían la militancia de sus hijxs.
A este respecto, Jimena recuerda a su abuela diciendo: «“Yo no sé qué se les pasó a estas mujeres teniendo hijos” y me miraba como un bicho raro y me decía: “Porque vos tenés que tener cuidado, vos sos una hija sin madre”. En los cumpleaños te preguntaban por tu madre y vos no podías decir nada. Mi abuela me crió de esa manera: “Bueno esto es así. Punto. Tenés que entenderlo, vaya y listo”. Nunca aceptaron que mi madre había militado en el MLN. De esto me vine a dar cuenta de grande, porque yo seguía fiel al relato de mis abuelos».
En el caso de Carmen, «quedamos unas hermanas adentro y otras afuera, lo que generó dos bandos en la familia. Yo me sentí víctima desde chiquita porque me hacían sentir que habíamos sido «beneficiadas» por quedarnos con mamá cuando las otras quedaron afuera. Mis hermanas mayores me pegaban y yo iba con mi abuela y ella me decía “Bueno, no te quejes, porque vos estuviste con tu madre”. Hubo una especie de castigo dentro de la familia. Hasta el día de hoy somos las de afuera. Mi padre salió mal. Mi madre estuvo tres meses con él, se separan y él no tocó pito en la crianza. El mayor castigo fue de las hijas que quedaron afuera, porque mamá “nos eligió y se quedó con nosotras y las abandonó a ellas”. Incluso mi hija cuando tenía cinco años (ahora tiene once) dibujó para un cumpleaños mío a mi familia y una casita: mi mamá embarazada con nosotras dos en la panza pero lejos de la casita».
Las abuelas como puntales que preservan el lugar de la madre y el hermetismo marcan la narrativa. Micaela cuenta que su abuela era muy reservada, «politizada, pero sin militancia. En un momento llevaron presos a mis abuelos y a mi tía. A mi abuelo lo soltaron esa noche, pero mi abuela estuvo un mes presa. Recién de grande me enteré de eso y de que mi tía se sintió un poco abandonada porque mi abuela se abocó a su hija presa y a su nieta», cuenta.
La sensación de extrañamiento aparece también en los relatos de Patricia: «Era parte de todos y no era de nadie. Iba de acá para allá. Me hacían regalos distintos, más grandes, y me molestaba el trato diferencial»; y de Jimena que bromea con que «tenía un master en hacer llorar viejas porque llegabas a un lugar con mucha gente y ahí te decían: “Vení, Jimena, que te voy a presentar a Fulana”, y ahí Fulana emocionada se ponía a llorar. Insoportable. Esa situación de rareza total. Así toda la niñez».
La adolescencia la pasaron con sus padres ya libres, construyendo vínculos sin preguntar demasiado. Jimena es categórica: «Año 84, sale mi madre. Se termina la dictadura, yo entro al liceo y no quiero saber de nada. Solo quería dejar de pertenecer a ese grupo. No quería saber de nada, me alejé totalmente de todo lo político y le puse una tapa». El olvido funciona como mecanismo de sobrevivencia. Y así fue. Se hicieron adultas, cada una con su vida como si nada hubiera pasado.
Trabajar con las memorias en procesos traumáticos exige de individuos y colectivos agentes de cambio que elaboren e incorporen recuerdos y olvidos sin que ese pasado invada el presente. Significa hablar, escuchar y poner en palabras lo indecible para reconstruir la narrativa. El trabajo con las memorias es coral y la voz de aquellxs niñxs que vivieron en cautiverio emergió en 2007, y empezó a escucharse hasta conformar el colectivo Niños en Cautiverio Político.
En las primeras reuniones urgía decir: «Yo soy normal, hice mi vida». Juntarse significó reconocerse, «fue darnos cuenta de que ese era lugar al que pertenecíamos, empezamos a hablar y a visualizarnos como víctimas. Necesitábamos hacer una cronología de nuestros paraderos, preguntarles a nuestras madres. Queríamos saber, identificar fechas y lugares. Saber cuántos más éramos», cuenta Micaela. Era saber y visibilizarse. Para Jimena «era construir un relato, presentarnos en sociedad. Recorrer lugares en donde, tal como nuestros padres, nos habían dicho “vos no estuviste presa”, surgía la interrogante de “¿Ah sí?, ¿eso pasó?”. Incluirnos en ese puzle en el que no estábamos. Ser reconocidos en la academia y el sistema político».
El grupo fue el sustento para el trabajo de indagación y reconocimiento para descubrir los síntomas del trauma (el miedo a la oscuridad o a quedar encerrada); revisar modelos (el ideal de La familia Telerín o la familia como trampa mortal); escuchar a sus madres. En definitiva, sanar y afirmarse en lo que sentían y eran. Y no estaban solas. Afirma Jimena que su vida «fue totalmente distinta, de ser más yo, de valorarme. Es una cuestión de actitud, como un sentimiento por el que te parás diferente en el mundo. Ahora puedo hacer un camino, puedo dibujarlo. Es como que tenés una construcción: nací, me desarrollé y ahora estoy acá». «Sutilmente removedor» es la forma que Micaela califica lo vivido con el grupo: «Es algo emocional. La forma de vincularme o como te sentís en el mundo. Encontrar un lugar confiable al que pertenecer, donde nadie juzga a nadie. Aprendí a habilitar la emoción que antes no podía».
Para terminar, el colectivo significó, y significa aún, lo que ellas trajeron de otra integrante, Gabriela: «Yo siempre sentía que estaba buscando algo y ahora que los encontré, supe que era a ustedes».
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¹ Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T).
² Instituto Militar de Estudios Superiores, señalado como centro de reclusión política: https://sitiosdememoria.uy/smlg-uymo-06 ³ Las tías era la forma de nombrar al conjunto de presas políticas que ayudaron a maternar, volviéndose la urdimbre amorosa de cada una.
⁴ Cristian Olivera, Jazmina Suárez y Florencia Turielli lo analizan en «Colectivo Niños en Cautiverio Político: desde la historia rosa al autorreconocimiento». En Infancias en Dictadura. Sobre narrativas, arte y política, editado por Natalia Montealegre Alegría y Graciela Sapriza, Ed. FHCE, 2022.
5 La cifra manejada por las entrevistadas es de más de cien niñxs que pasaron por el cautiverio político con sus madres.
6 El colectivo participó activamente en la discusión sobre la Ley 18596 de reparación integral a víctimas de terrorismo de Estado, aprobada en 2009.
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